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El evangelio (Lc 16, 1-13) inicia con la extraña parábola de un administrador corrupto, el cual, encontrándose en una situación desastrosa e irreversible pues su patrón ha descubierto que malgastaba sus bienes, reflexiona sobre su futuro y encuentra una solución, aunque ciertamente poco moral. El relato termina con el elogio de aquel administrador corrupto, no por lo que de ilegal e incorrecto ha cometido, sino porque ha sabido salir adelante y encontrar un medio para no sucumbir en una situación tan difícil (v. 8a). De la lógica de la narración se ve claro que no es Jesús directamente quien elogia al administrador, sino el patrón de la parábola, quien al momento de alabarlo no piensa en los intereses de su empresa, ni en la moralidad de su antiguo empleado, sino que solamente considera la habilidad y la astucia con la cual éste ha sabido salir de una situación desesperada.
Al final de la parábola se sacan algunas conclusiones sobre el comportamiento de los discípulos invitados a actuar con sagacidad e inteligencia:
(1) La primera aplicación se basa en la comparación entre “hijos de la luz” e “hijos de este mundo” (v. 8b). El administrador de la parábola es un “hijo de este mundo” y ha sabido actuar con más agudeza, coraje y astucia, que la que tienen muchas veces los “hijos de la luz”, es decir, los discípulos. Estos últimos, en relación con el Reino de Dios, deberían ser tan perspicaces y listos en su vida de fe, como lo son aquellos que se preocupan sólo de sus propios negocios e intereses económicos.
(2) La segunda aplicación muestra lo que significa para los hijos de la luz ser “astutos”. Jesús les dirige a los discípulos la invitación a hacerse amigos con “la riqueza injusta”, expresión que en el evangelio de Lucas designa a la riqueza en general, la cual siempre se obtiene a costa de otros que viven en situación de pobreza y necesidad a causa de la injusta distribución de bienes entre los hombres. “Hacerse amigos con la riqueza injusta” quiere decir solidarizarse con los pobres de este mundo y poner nuestros bienes al servicio de los más necesitados (véase Lucas 12,33!). Estos pobres y necesitados llegarán a ser aquellos amigos que nos acogerán “en las moradas eternas” (Lc 16, 9), de tal forma que nuestra relación con los pobres llega a convertirse en criterio decisivo de salvación. La frase metafórica de Jesús afirma que, después de la muerte, quien ha dado con generosidad a los pobres será acogido en la comunión con Dios.
(3) La tercera aplicación hace referencia a la vida del creyente en relación con los bienes materiales. A través de una máxima de sabiduría general (v. 10: “El que es de fiar en lo poco, es de fiar en lo mucho, y el que es injusto en lo poco, lo es también en lo mucho”), Jesús hace notar la relación entre la salvación definitiva y nuestra forma de comportarnos con la riqueza. El “poco” corresponde a “la riqueza inicua” y el “ser fieles” significa dar los propios bienes a los pobres. Solamente viviendo con esta fidelidad es posible esperar la “verdadera riqueza” que corresponde a la acogida escatológica en el Reino definitivo. En una segunda comparación, la “riqueza ajena” corresponde a la riqueza injusta que debe ser abandonada, y la “propia riqueza” se identifica con la salvación escatológica. Quien se apega a los bienes y es ávido de dinero, se hace incapaz de acoger la salvación que se manifiesta en Jesús, el cual invita a los suyos a abandonarlo todo para poder seguirlo (Lc 14,33).
(4) La cuarta aplicación se refiere al antagonismo entre los dos señores. En la antigüedad el esclavo podía servir sólo a un único señor, y esto mismo vale en relación con Dios y el dinero. Son como dos adversarios en eterno conflicto. Aunque la lucha no se desarrolla directamente entre ellos, sino que ocurre en el interior del hombre, que es llamado a optar por servir a uno o a otro. El peligro de la riqueza es que puede llegar a ocupar el lugar de Dios, generando en forma misteriosa e inconsciente una forma de esclavitud y de culto. Los dos “servicios”, a Dios y al dinero, se mueven en planos de lógica diversa y contrastante. El servicio a Dios genera la lógica del amor y de la fraternidad, del dar y de la generosidad; el servicio al dinero, en cambio, la lógica del provecho personal, de la competencia, del tener y de la ambición. Con razón Jesús afirma que: “Ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13).
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