jueves, 7 de octubre de 2010

Caminemos hacia el hermano... Domingo 26º TOC

Para este Domingo tomamos algunos párrafos de la reflexión de P. Patrice Bergeron, biblista de Montreal, Canadá.
http://www.interbible.org/interBible/cithare/celebrer/index.htm

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Este relato no es más que la ilustración, en parábola, de la enseñanza que el Jesús de Lucas ha dado ya en varias ocasiones, a esta altura de su Evangelio, a propósito del uso de las riquezas. La Parábola está al servicio de la respuesta al enriquecimiento de los fariseos que aman el dinero (Lc 16,14). Jesús quiere, por la parábola, desmontar una creencia del judaísmo, tan peligrosa como tenaz, según la cual la prosperidad material sería un signo de bendición divina y, su terrible y cruel reverso, que la pobreza sería una maldición sin duda merecida.

Un relato en contrastes
La parábola de Lázaro y el rico malvado es un discurso hecho todo en contraste. Los discursos en contraste son sin duda una manera muy judía, muy rabínica, de predicar (al menos, la Biblia nos da varios ejemplos de ello). Claros, simples, tienen la ventaja de sacudir el imaginario, de hacer asimilar fácilmente la lección. Porque el auditor que escucha el discurso en contraste, debe obligadamente en su cabeza ponerse de un lado o del otro. Por el contrario, estos discursos tienen el defecto de su calidad: no tienen matices. Raramente la situación de un hombre es todo blanco o todo negro, los discursos en contraste eclipsan, en favor de la eficacia, los tonos grises de los cuales la vida está a menudo teñida.

...contrastes aquí
¿Cuáles son los contrastes de nuestro relato? Lucas, en su genio innegable de narrador, no podría pintar situaciones más opuestas que las de estos dos hombres. Por un lado, un hombre rico, cubierto de vestimentas de lujo y muchas, cada día, de festines suntuosos; por el otro, un, pobre, Lázaro, cubierto de llagas, que no sólo querría de buena gana comer de lo que caía de la mesa del rico, sino que, de algún modo, «es comido» por los perros ¡que le lamen sus heridas! Conociendo la repugnancia que la Biblia tiene por este animal, nos damos cuenta que nos quiere decir que Lázaro está en la peor de las miserias humanas. Remarca también que el pobre tiene un nombre, y un nombre significativo [Lázaro = “Aquel que Dios ayuda”], le confiere una dignidad que falta al rico que permanece anónimo. Detalle elocuente que revela, en el Jesús de Lucas, su opción preferencial por los pobres y anuncia el cambio total de las situaciones en el Reino de Dios. Los dos hombres no son iguales sino frente a la muerte que les llega. No obstante sus maneras de pasar «al otro lado» contrastan aun.

...contrastes allá
El pobre murió, y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. El rico murió también, y lo sepultaron.
Lázaro, no posee nada en la tierra, es «elevado»; el rico, muy apegado durante su vida a lo bienes materiales, es «descendido», permanece simbólicamente ligado a la tierra. Sus suertes, en la morada de los muertos, se encuentran invertidas: la fortuna terrestre es víctima del sufrimiento, el infortunio terrestre goza de la felicidad de los justos junto a Abrahán.

La urgencia de la conversión
Lo llamó y le dijo: -Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro, para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua; pues me torturan estas llamas.
Contrariamente a lo que deja presagiar el comienzo de la parábola, en la morada de los muertos, el rico conoce a Lázaro, lo ve y finalmente lo llama por su nombre, siendo que no había tenido cuidado de él hasta el último momento cuando yacía, con hambre y enfermo, frente a su puerta. Lucas, un fino narrador, lleva lo odioso hasta el último extremo, pues si Lázaro de pronto ahora existe para el rico, no es sino para ponerlo a su servicio, subrayando aun más el egoísmo culpable del rico atormentado. Pero un abismo infranqueable los separa definitivamente. Notemos que esta «fosa» entre el Lázaro y el rico ya existía: en la tierra habría sido franqueable, si el rico hubiera dado pasos hacia su hermano. En la morada de los muertos, esta fosa, cavada por el rico mismo, llegó a ser definitiva e irrevocable. Se recoge, en esta imagen, una idea cara al Evangelio de Lucas, la de la urgencia de la conversión, mientras hay tiempo.
[Abrahán] Le dijo: Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso.
El punto máximo de la parábola reside en su final. A la demanda del rico de enviar a Lázaro «resucitado» a la casa de sus hermanos para «convertirlos», Abrahán ordena, no sin ironía, tomar en serio la Palabra de Dios –en la que, mucho antes del Evangelio, se han escuchado resonar las llamadas a compartir con los más pobres- en lugar de esperar signos extraordinarios.

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