jueves, 7 de octubre de 2010

Te alabo Padre ... Domingo 27º TOC

san Francisco de Asís

El día 3 de octubre –este año coincide con el Domingo- a la tarde-noche celebramos cada año el Tránsito del hermano Francisco de Asís. El día 4 de octubre propio celebramos la Solemnidad. Por esta razón posteo aquí párrafos de la Homilía del Hno Mtro Gral fray José Rodriguez Carballo OFM, de la Misa del día 4 de octubre.


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1.“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11, 25). ¡Qué hermoso que la Liturgia de la madre Iglesia haya querido inserir la fiesta de san Francisco en este himno de alegría pronunciado por Jesús! Y que ha visto al Poverello de Asís entre los pequeños a los que el Padre le ha revelado los misterios del Reino! ¡Qué hermoso volver escuchar este himno de alegría que prorrumpe del corazón de Cristo y que invade a san Francisco! Francisco ciertamente se constituyó para Jesús en una gran alegría, pues se encuentra entre los pequeños a los que el Padre le ha revelado los secretos ocultos que ni los sabios de este mundo, ni los inteligentes han podido penetrar.
2. Pero preguntémonos: ¿por qué el Padre ha ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las ha revelado a los pequeños? ¿Por qué se las ha revelado al pequeño Francisco, a este Poverello que después de 800 años continuamos siguiendo y admirando con renovado asombro? Él, simplex et idiota (simple e idiota), come él mismo se solía presentar? La respuesta la encontramos si non ponemos frente a la vida de san Francisco, si miramos cuidadosamente su relación con el Señor y, en particular, su relación con el Señor que le hablaba. ¿Cuál es la relación entre el Poverello de Asís y la Palabra de Dios?
• Su acercamiento es sobre todo radicalmente RELACIONAL: yo – tú, sine glossa, sin interferencias. El corazón de Francisco se abre completamente al Señor que le habla. Es plenamente conciente de que en la Palabra es Dios mismo quien se nos hace cercano. De ello nace un diálogo profundo, continuo, constructivo. Un diálogo que hace fluir del corazón de Francisco un inmenso asombro, al ver que el Altísimo Dios se inclina ante su criatura: “Quién eres tú, Altísimo Señor Dios, y quien soy yo tu vil gusano?” Es precisamente esta ilimitada admiración que preserva el corazón de Francisco de toda tentación de sentirse sabio e inteligente, y lo mantiene en una profunda humildad y en una íntima alegría;
• Pero no es sólo relacional su acercamiento a la Palabra, también es COMUNIONAL: Francisco sabe bien que cuando el Señor le habla y él responde, se da una comunión que se va construyendo, sabe bien que la Palabra escuchada y, aún más comida, lo edifica como hombre de Dios. Sabe bien que para la ley del amor, nace la conformación entre el Señor que habla y él que escucha, entre el amante y el amado. Es precisamente esta íntima comunión el gran secreto de Francisco que él, como dejó escrito en la última Admonición (Adm 28), quiere conservar en lo profundo de su persona. Será el sello de los Estigmas el que hará visible a todos esta conformación al amado Crucificado. De esta manera, los signos de la Pasión impresos en la carne de Francisco expresan a un tiempo el máximo fruto de esta comunión de vida y la intención de Dios mismo de querer mostrar visiblemente a todos a su pequeño-grande Francisco.
• Otro rasgo característico de la relación con la Palabra es el que podremos llamar CONTINGENTE: la Palabra habla AHORA, habla AQUÍ. No en el pasado, no en otras geografías, sino precisamente en este momento, exactamente en este lugar en el que me encuentro. Francisco fue un excelente oyente en este sentido. Él fue muy cuidadoso en poner en práctica la Palabra, en donde se encontrara. En la óptica del amor, Francisco nunca hubiera soportado faltarle el respeto al Señor, haciéndolo esperar, dejando caer aunque fuera tan sólo una sílaba pronunciada por él, o dando interpretaciones que retrasaran la pronta ejecución. Junto con el Salmista, Francisco fue capaz de decir: “yo tengo siempre presente a Yahvé, con él a mi derecha no vacilo” (Sal 15,8).
• Así es que para Francisco la Palabra no es para acogerse de manera intelectual, para saber sola verba (solamente palabras) – como afirma en la Admonición séptima (Adm 7,3) – sino de manera existencial, reconociéndola como fundamento de la propia existencia. Así es como el pequeño Francisco pudo conocer los misterios divinos, en su humildad, en su pequeñez y simplicidad. Así fue como pudo tener el don de la compresión de la Escritura: “poseía dentro de sí –afirma san Buenaventura (LM XI,2)- al Maestro de las sagradas letras, por la plenitud de la unción del Espíritu Santo”.
3. “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de presumir si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6,14). El otro libro estudiado con amor por san Francisco es la Cruz de Cristo, el Hijo de Dios Crucificado. Ya en el tugurio de Rivotorto, cuando los hermanos eran todavía pocos y no tenían libros, Francisco “repasaba día y noche con mirada continua el libro de la Cruz de Cristo” (LM IV, 3). Desde el inicio hasta el final de su vida, desde el encuentro con el Crucifijo de San Damián a la impresión de los Estigmas en el Alverna, el Crucificado está delante de los ojos de Francisco como el Amor de Dios que se ha dejado clavar en la cruz por nuestra salvación. Y es este amor que Francisco quiere acoger, conformándose a él, haciéndose semejante. ¡La acogida del Crucificado ha sido tal que se convierte en con- crucificado! Una vez más, la cruz fue para Francisco, la clave para comprender las Escrituras, para entender plenamente la Palabra de Dios. Fue precisamente esta clave, la Pasión de Dios por sus criaturas, quien hizo al pequeño Francisco un gran sabio, una verdadera “exégesis de la palabra de Dios”.

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