Continuando en esta entrada con los comentarios de la anterior posteamos lo que en el Angelus, Benedicto XVI reflexiona sobre las parábolas del Evangelio de hoy Dgo. 12 de setiembre.
En el Evangelio del Domingo de hoy –el capítulo 15 de san Lucas- Jesús narra las tres “parábolas de la misericordia”. Cuando Él “habla del pastor que va detrás de la oveja perdida, de la mujer que busca la dracma, del padre que va al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, estas no son sólo palabras, sino que constituyen la explicación de su mismo ser y obrar” (Encíclica Deus caritas est, 12). De hecho, el pastor que encuentra la oveja perdida es el Señor mismo que carga sobre sí, con la Cruz, a la humanidad pecadora para redimirla. El hijo pródigo, después, en la tercera parábola, es un joven que, obtenida del padre la herencia, “parte para un país lejano y allí despilfarró su patrimonio viviendo de modo licencioso” (Lc 15,13). Reducido a miseria, fue constreñido a trabajar como esclavo, aceptando hasta matar el hambre con alimento destinado a los animales. “Entonces –dice el Evangelio- volvió en sí” (Lc 15,17). “Las palabras que prepara para el regreso nos permiten conocer el alcance de la peregrinación interior que él ahora hace... regresa «a casa», a sí mismo y al padre” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret). “Me levantaré, iré a lo de mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y frente a ti; no soy más digno de ser llamado tu hijo” (Lc 15, 18-19). San Agustín escribe “Es el Verbo mismo que te grita que vuelvas; el lugar de la imperturbable calma es donde el amor no conoce abandono” (Confesiones, IV, 11.16). “Cuando estaba aún lejos, su padre lo vio, tuvo compasión, corriendo a su encuentro, se le arrojó al cuello y lo besó” (Lc 15, 20) y, lleno de alegría, hace preparar una fiesta.
Queridos amigos, ¿cómo no abrir nuestro corazón a la certeza de que, aun siendo pecadores, somos amados por Dios?. Él no se cansa nunca de amarnos, de venir a nuestro encuentro, recorre siempre primero el camino que nos separa de Él. El libro del Éxodo nos muestra cómo Moisés, con confiada y audaz súplica, logra, por decirlo así, desplazar a Dios del trono del juicio al trono de la misericordia (cf 32, 7-11. 13-14). El arrepentimiento es la medida de la fe y gracias a él se retorna a la Verdad. Escribe el apóstol Pablo: “Me tuvo misericordia, porque obré por ignorancia, alejado de la fe” (1 Tim 1,13). Volviendo a la parábola del hijo que regresa “a casa”, advertimos que cuando aparece el hijo mayor indignado por la acogida festiva al hermano, es siempre el padre el que va al encuentro y sale a suplicarle: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo que es mío es tuyo” (Lc 15, 31). Sólo la fe puede transformar el egoísmo en alegría y reanudar justas relaciones con el prójimo y con Dios. “Era necesario hacer fiesta y alegrarse –dice el padre- porque éste tu hermano... estaba perdido y ha sido encontrado” (Lc 15,32)
En el link del sitio que está puesto más abajo, haciendo click en Célébrer la Parole en algunas ocasiones puedes encontrar un comentario al Evangelio del Domingo. Aquí compartimos el último párrafo del que hizo el P. Jérôme Longtin biblista canadiense de Longueuil para este Domingo.
http://www.interbible.org/interBible/cithare/index.htm
Mangeons et festoyons (v. 23).
Le thème de la nourriture constitue le fil conducteur qui relie les péripéties de l’histoire. Prenons quelques exemples. Le fils cadet doit affronter une famine (v. 14) et il est même prêt à manger les aliments des cochons (v. 16). En pensant à la maison familiale, le souvenir qui lui revient est celui du pain que mangent les ouvriers (v. 17). Pour fêter le retour de son fils le père fait tuer un veau gras et organise un festin (v. 23). Et lorsque l’aîné proteste contre ce qu’il considère comme une injustice, il mentionne que son père ne lui a jamais donné un chevreau pour festoyer (v. 29).
À première vue, on pourrait croire qu’il s’agit d’un enseignement au sujet de l’alimentation! En fait, la nourriture – ou son absence – sert d’indicateur de la qualité de communion entre les personnages. En quittant la maison, le fils cadet rompt les liens de filiation et de fraternité, il se retrouve réduit à partager la compagnie des porcs. On comprend combien, surtout pour un Juif, cette situation représente une déchéance. L’aîné, de son côté, attend de son père un salaire pour son travail; il réagit comme un mercenaire plutôt que comme un fils. La fête organisée par le père avait pour but de rétablir la communauté familiale mais l’histoire se termine sans que l’on sache si le fils aîné s’est laissé convaincre. Nous ne savons pas non plus si les interlocuteurs de Jésus ont compris pourquoi il accueillait les pécheurs et mangeait avec eux.
Cette attitude n’est pas le monopole des Juifs pieux du temps de Jésus. Chacun peut se reconnaître à la fois dans le cadet qui quitte la maison et dans son frère qui refuse de l’accueillir à son retour. Chacun devrait aussi pouvoir se reconnaître sous les traits du père capable de pardonner et de réconcilier.
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