Qué decisivo, qué hermoso, qué fuerte es este deseo que irrumpe en el corazón de Zaqueo. Desencadena en él un movimiento que transforma todo lo que él es y vive gracias al encuentro que se da y experimenta con Jesús, el Hijo de Dios. Para nosotros es interesante también ver cómo vence lo que impediría este encuentro, cómo le es evidente la dificultad, "a causa de la multitud, porque era de baja estatura". Es muy bueno discernir y conocer el obstáculo mío, el personal; en Zaqueo es ese, es uno, en mí ¿cuál es?. Mejor aún es recibir como un don, como "el don", este deseo de ver a Jesús, y dejarme movilizar por este impulso interior y si todavía no lo he vivido así o lo dejé pasar, me conviene pedirlo - sin dudar y agradeciéndolo como si ya se me hubiese concedido- y vigilar para que de en mí los frutos que dió en Zaqueo. Uno de los frutos en él de esta conversión es volverse solidario. Luego de reparar convenientemente su falta, comienza a volcar en la gran familia -en los más pobres que él- una parte de su fortuna. Nosotros además de nuestros recursos, que quizá no sean como los de Zaqueo, podemos aportar nuestros talentos y parte de nuestro tiempo para dar vida a la comunidad sobre todo a la eclesial.
Ponemos en el corazón el Salmo para repetírnoslo y decírselo al Señor Dios, Sumo Bien, con la alegría que nace de la esperanza mientras los ecos de las lecturas nos llenan de sabiduría.
jueves, 8 de noviembre de 2007
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