Ev. Jn 8, 1-11
¡Hermanos y hermanas, buen día!
¡Después del primer
encuentro del miércoles pasado, hoy puedo dirigirles de nuevo mi saludo a
todos! Me siento feliz de hacerlo en domingo, ¡en el día del Señor! Esto es
hermoso, es importante para nosotros cristianos: encontrarnos en domingo,
saludarnos, hablarnos, como aquí ahora en la plaza. Una plaza que gracias a los
media, tiene la dimensión del mundo.
En este quinto
Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera
(cf Jn 8, 1-11), que Jesús salva de la condena de muerte. Impresiona la actitud
de Jesús, no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de
condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la
conversión. “Yo tampoco te condeno: ve y de ahora en adelante no peques más”
(v. 11).
Eh!, hermanos y
hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene
paciencia. ¿Han pensado ustedes en la paciencia de Dios? ¿la paciencia que él
tiene con cada uno de nosotros? Esa es su misericordia. Siempre tiene
paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos escucha, no se cansa de
perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón contrito. “Grande es la
misericordia del Señor”, dice el Salmo.
En estos días he
podido leer un libro de un Cardenal –el Cardenal Kasper, un teólogo lúcido,
un buen teólogo- sobre la misericordia. Y me ha hecho tanto bien aquel libro,
pero ¡no crean que hago publicidad a los libros de mis cardenales! (dice
riéndose). ¡No es así! Pero me ha hecho tanto bien, tanto bien… El Cardenal
Kasper decía que escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor
que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo
menos frío y más justo. Tenemos necesidad de comprender bien esta misericordia de
Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia… Recordemos el
profeta Isaías, que afirma que aunque si nuestros pecados fuesen rojos
escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la nieve. ¡Es hermoso, esto
de la misericordia! Recuerdo, recién Obispo, en el año 1992, había llegado a
Buenos Aires la Señora
de Fátima y se hizo una gran Misa por los enfermos. Fui a confesar, en aquella
Misa. Y casi al final de la Misa
me levanto, porque debía administrar una confirmación. Viene a mí una mujer anciana,
humilde, muy humilde, más de ochenta años. La miré y le dije: “¿Abuela –porque
allí nosotros decimos así a las ancianas: abuela- usted quiere confesarse?”.
“Sí”, me dijo. “Pero si usted no ha pecado…”. Y ella me dijo: “Todos hemos
pecado…”. “Pero tal vez el Señor no los perdona…”. “El Señor perdona todo”, me
dijo: segura. “Pero ¿cómo lo sabe, usted, señora?”. “Si el Señor no perdonase
todo, el mundo no existiría”. Sentí ganas de preguntarle: “¿Dígame, señora,
usted ha estudiado en la
Gregoriana ?”, porque esta es la sabiduría que da el Espíritu
Santo: la sabiduría interior sobre la misericordia de Dios. No olvidemos esta
palabra: Dios nunca se cansa de perdonarnos. ¡Pero! “Eh, padre, ¿cuál es el
problema?”. Eh, el problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón,
nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él nunca se cansa de
perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. ¡No nos
cansemos más, no nos cansemos más! Él es el Padre amoroso que siempre perdona,
que tiene aquel corazón de misericordia por todos nosotros. Y también nosotros
aprendemos a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Señora que ha tenido entre
sus brazos a la
Misericordia hecha hombre.
Ahora todos juntos
rezamos el Angelus
(Rezamos el Angelus)
Dirijo un cordial
saludo a todos los peregrinos. Gracias por vuestra acogida y por vuestras
oraciones. Recen por mí, se los pido. Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y
lo extiendo a todos ustedes, que vienen de varias partes de Italia y del mundo,
como asimismo a cuantos están unidos a nosotros a través de los medios de
comunicación. He elegido el nombre del Patrón de Italia, San Francisco de Asís,
y esto refuerza mi vinculación espiritual con esta tierra, donde –como saben- están
los orígenes de mi familia. Pero Jesús nos ha llamado a formar parte de una
nueva familia: su Iglesia, en esta familia de Dios, caminando juntos sobre el
camino del Evangelio.
¡Que el Señor los
bendiga!
¡Que la Señora los cuide!!
No olviden esto: ¡el
Señor nunca se cansa de perdonar! Somos nosotros que nos cansamos de pedir el
perdón.
¡Buen domingo y buen
almuerzo!
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