miércoles, 25 de agosto de 2010

Los humildes... Domingo 22 TOC

Jesús y el fariseo.

Un breve comentario de Yvette Mailliet le Penven, una estudiosa francesa de la Biblia que comparte en este sitio: http://www.y-mailliet-le-penven.net/  su sabiduría, nos ayuda a leer orando el Evangelio de este domingo.
Encuentras las lecturas en:  http://www.diesdomini.wordpress.com 

El orgullo y la arrogancia desacreditan radicalmente todas las apariencias de una “buena” cualidad. La humildad por el contrario garantiza su autenticidad. La humildad hace que seamos “más amados que un bienhechor” dice Ben Sirac, el Sabio. Además, los humildes dan gloria a la Omnipotencia de Dios, a la que ellos se confían. La situación de los orgullosos no “tiene remedio”, no pueden encontrar gracia delante de Dios hasta tanto “la raíz” de este mal no sea arrancada de sus corazones.

Con su ejemplo como con su enseñanza, Jesús ha proclamado que Dios eleva a los humildes y confunde a los orgullosos (así como lo canta María en el Magnificat, Lc 1, 51-53). La ocasión de enseñarlo le vino en particular a Jesús un día que fue a comer a lo de un fariseo. Viendo a los invitados elegir los primeros lugares, les dijo una parábola frente al riesgo de que los mandaran al último lugar en el caso de que llegara alguno de mayor rango que ellos. Hablando así, Jesús no les da un consejo –sería muy banal- para “vivir bien”.

“Quién se enaltece será humillado, quien se humilla será elevado”

Esta sentencia muestra que la enseñanza de esta parábola –como de todas las otras- se refiere a la fe, a la manera en la que los discípulos deben comportarse en la perspectiva de la entrada [y pertenencia] al Reino.

Hoy domingo 29 de agosto, agrego a esta entrada el comentario que Benedicto XVI hizo en el Angelus a Lc 14, 1.7-14

Queridos hermanos y hermanas, en el Evangelio de este domingo (Lc 14,1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, Él contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio' ... Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio” (Lc 14,8-10). El Señor no pretende dar una lección sobre etiqueta, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Él insiste más bien en un punto decisivo, que es el de la humildad: “el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14,11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la posición del hombre en relación con Dios. El “último lugar” puede representar de hecho la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición por la cual sólo la encarnación del Hijo Unigénito puede ensalzarla. Por esto el propio Cristo “tomó el último lugar en el mundo -la cruz- y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente” (Enc. Deus caritas est, 35).


Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que invite a su mesa no a sus amigos o parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolvérselo (cfr Lc 14,13-14), para que el don sea gratuito. La verdadera recompensa, de hecho, al final, la dará Dios, “que gobierna el mundo... Nosotros le prestamos nuestro servicio en lo que podamos y hasta que Dios nos dé la fuerza para ello” (Enc. Deus caritas est, 35). Una vez más, por tanto, vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de Él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquél que nos ha invitado nos diga: “Amigo, sube más arriba” (cfr Lc 14,10); el verdadero bien, de hecho, es estar cerca de Él.

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